En esta ocasión queremos compartir con vosotros una propuesta que, seguramente, de entrada, os sorprenderá; os pedimos que lo leáis hasta el final para encontrarle el sentido.
Hoy os queremos recomendar que veáis una serie televisiva. No lo hacemos por su calidad, su guión o el trabajo de sus actores. Otros serán los que puedan analizar esas cuestiones. Os lo sugerimos por el lugar donde ha sido rodada y que da nombre a la serie:
Alcatraz.
La historia está centrada en esa famosa prisión; una ficción que narra un acontecimiento paranormal ocurrido en ese lugar el día de su cierre, el 21 de marzo de 1963 y cuyas consecuencias emergen en el presente.
Pero, como decimos, no es eso lo que nos hace recomendaros su visión. Simplemente es la excusa que nos permitirá asomarnos –sin viajar hasta allí- al interior de la más famosa penitenciaría del mundo y valorar su naturaleza.
Lo que más llamará vuestra atención es su tamaño, sorprendentemente minúculo, algo que comprenderemos cuando, buscando los datos de su realidad, nos expliquen que nunca llegó a albergar a más de 300 reclusos.
En rojo, el edificio que alberga las celdas en Alcatraz
contrasta con el plano general de Carabanchel
Esa sensación se repite con la imagen, muy reproducida a lo largo de los capítulos, de la galería principal, denominada pomposamente Broadway, como la gran avenida neoyorkina. Sus dimensiones nos harán sonreír o, más bien, indignarnos. Porque el sencillo edificio donde se encuentra esa instalación es el monumento más visitado de la ciudad de San Francisco, y con toda seguridad, uno de los más frecuentados de todos los Estados Unidos.
"Broadway" y la Tercera Galería de Carabanchel
Reflexionemos sobre qué futuro habría podido tener una cárcel cuyos valores históricos y arquitectónicos eran infinitamente superiores.
Ya habréis adivinado a que espacio nos referimos. El buen criterio que los responsables norteamericanos tuvieron hace casi 50 años, no derribando el pequeño penal, consolidándolo tras su ocupación por un grupo de indios, durante la cual fue incendiado y rehabilitándolo al estado en que se encontraba en el momento de cierre tiene, en la actualidad, la recompensa de la obtención de grandes beneficios procedentes de su explotación turística.
Esta pequeña prisión, cuyo valor hace que dependa del Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos, se abrió al público en 1973 y los 50.000 interesados que pasaron por allí el primer año se convirtieron el pasado año en más de 1.300.000 visitantes, atraídos por la experiencia de contemplar un lugar diferente.
Con esos datos, tenemos que preguntarnos: ¿qué podría haber ocurrido con Carabanchel? Porque aquí, además del posible morbo que, sin duda, guiaría a una buena parte de los visitantes, habría que añadir los extraordinarios valores históricos, sociales y arquitectónicos, la posible utilización –como ocurre en la serie- de su impresionante interior como ubicación cinematográfica y documental y, sobre todo y lo que es más importante, su facilísima y barata conversión en espacio cultural y memorialístico, aprovechable para sede de todo tipo de asociaciones sociales y vecinales, y donde proyecciones, conciertos, conferencias y reuniones habrían tenido su espacio idóneo.
Todo ello habría aportado un valor añadido a la histórica cárcel y habría constituido un admirable ejemplo de cómo gestionar, dignificar y ¿Por qué no decirlo? Explotar una instalación “incómoda” que hubiera permitido, además, restañar, por fin, el estigma sufrido y que continúan sufriendo los barrios próximos. Desde luego, un aprovechamiento infinitamente más positivo que el abandono y la degradación a la que hoy está destinado el solar, tres años después de acabar las obras de su demolición total.
El contraste entre la positiva visión de futuro que tuvieron, ya en 1963, los sensatos gestores estadounidenses contrasta con la actuación, en 2008, de los responsables españoles que sólo vieron en Carabanchel una oportunidad para la especulación urbanística.
Así les va y así nos va.
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